Mi tiempo se divide entre labores productivas y labores improductivas. Pero a veces me entra la duda de cuál es cuál.
Y noto que según dónde me pare, la respuesta se invierte.
Lo que me dice que ambas miradas son erróneas. O correctas. O, simplemente SON.
El otro día, volviendo de Bariloche, veía este árbol quemado en el Cañadón de la Mosca. Me parecía bello y horroroso a la vez. Bello si lo miraba, terrible si lo veía. Pero sentía que ninguna era exactamente así. Simplemente era.
Ayer se fue una de nuestras perras. Era grande ya y estaba enferma hace mucho, una enfermedad que nunca sabré qué provocaba en su interior. Se curaba y se enfermaba y así, desde hace muchos años. Y ya se la veía viejita, veía poco, no escuchaba casi nada. Pero eso no le impedía traer todo lo que encontrara en su camino, desde palitos a bolsas de basura o lo que fuera.
Y me dio tristeza pero comprendo que ya era tiempo. No sé cómo lo vivía ella por dentro. No tengo idea de cuántas cosas nos curó, de cuántas nos protegió. Pero era su tiempo y se fue.
Y me siento como el árbol. Partido a la mitad. Aceptando. O no.
E intento aceptar eso, que estoy partido a la mitad entre aceptar y no.
Parece trabalenguas. Pero no lo es.
Los abrazo.
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