Llueve. Finalmente llueve. Y decididamente llueve también.
Y me encanta, porque hacía falta lluvia, hacía falta mucha lluvia.

Siento que luego de una temporada tan seca necesitamos lavar mucho, lavar mucho todo lo transcurrido, lo caminado, lo vivido. Necesitamos lavar lo pensado, lo sentido, lo callado.
Necesitamos lavar lo gritado, peleado, perdido y recuperado.
Necesitamos lavar, urgentemente, todo lo que el universo trajo de nuestro pasado, de nuestras historia, de nuestra alma para transmutar y dejarlo seguir saliendo.
Por eso, necesitamos lavar, incluso, lo lavado.

Porque el verano fue largo, seco y ventoso.
Y porque hasta ayer, el otoño, fue seco también.

Imagino que los colores que quedan irán cayendo con la lluvia, y dará paso, aún más, a las nieblas matutinas que se mezclan con el humo de la leña.

Es momento, al menos para mi, de cambiar de chip.
Buscar los pinceles y las acuarelas para conectar con el papel. Bajar libros para empezar a diseñar, buscar música de invierno, que me conecte con el momento, pero dejando los ritmos africanos a mano por si bajo mucho.

Y mientras busco y me preparo, agarro cosas viejas y las pongo para tirar, busco papeles viejos para quemar, encuentro fotos viejas para revolear. Y entre todo eso aparecen millón de diapositivas que ya a nadie le interesan, de un mundo pasado, un mundo de hace más de treinta años que ya no existe. Y aparece toda una colección de videos que el martes, a más tardar, verá el basurero local. Ya no hay lugar para las viejas National Geographic, ni para enciclopedias del milenio pasado, ya no quiero tener objetos que me regalaron y que nunca usé, ni diccionarios que sirven solo como reliquia.

Hace tiempo me viene pesando tanta cosa.
Y aunque tomé la ferviente decisión de soltar, me cuesta ponerme en marcha, ponerme a hacerlo en serio.
Y no sé si estoy hablando de cosas materiales, emocionales o mentales.

Joder. No era el final que buscaba, pero no puedo hacerme el boludo. Me voy a poner a trabajar en eso.

Los abrazo.


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