La arena no es mi medio cotidiano, soy más de bosque, de piedra o a lo sumo de agua. Por eso, cuando tengo oportunidad de visitar lugares con arena éstos me encantan, me divierten, me intrigan. Cada grano es tan chico como inmensos sus grupos cuando me zambullo entre sus dunas.

Y en este último paseo, la vi también como frágil. Pero no el grano de arena en sí, sino lo que forman todos ellos, es decir, la fragilidad está en lo que me dicen al juntarse, organizarse, armonizarse o, si preferís, cuando el universo los organiza para mi, para nosotros.

Eso me lleva a entender que la fragilidad, muchas veces no está en la materia en sí sino en la totalidad del baile que hace el universo con ella.

Intento explicarme: no somos cuerpos frágiles, no somos almas frágiles, no somos emocionalmente frágiles, lo que se convierte en delicado es el equilibrio de nuestras diferentes partes y que es, en sí, aquellos que llamamos nuestro ser.

Pero no delicado porque pueda romperse, sino porque cualquier cambio modifica el patrón, la melodía. Pero ésta nueva imagen no será necesariamente mala, sino diferente. Y ahí se me cayó otra imagen que me gusta.

Lo que nos duele no es cambiar, sino perder la identificación con lo anterior. Peleamos por mantener nuestro equilibrio cuando, en realidad, no somos diferentes a una infinita cantidad de granos de arena jugando a encontrarse de otra manera, ya sea como si fueran una ola de cristal, un árbol o un ser fantástico con forma de humano.

La fragilidad por momentos parece una debilidad, pero en realidad es el regalo para adaptarnos a lo nuevo.

Siento que es momento de dejar de escribir, millón de palabras y visiones vienen a mi cabeza referidas a esto, pero están muy desordenadas.

Desde mi perfecta fragilidad, los abrazo y les digo que, este nuevo dibujo que hizo la naturaleza contigo, te queda bellísimo!


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