La gran mayoría, en algún momento, no veíamos la hora de abandonar el nido materno para poder hacer finalmente nuestro camino. Y algún día, más tarde o más temprano, llegó la hora en que lo hicimos y, como la mayoría, hicimos la vida que elegimos, dando pasos nuevos en un mundo ya sin tantos paradigmas.
Pero a la larga, uno se da cuenta que aquellos cambios no son más que un cinco por ciento, ya que uno es en gran arte el adn familiar, su genoma, sus costumbres, idioma, giros en el lenguaje, los gestos, los rasgos, la historia, las raíces.
El salir a hacer “nuestra” vida, no es más que pulir algunos detalles externos que son diferentes, en ese momento, más por edad que por elecciones.
Y hoy, treinta años después de haberme ido de casa de los viejos, me doy cuenta cuánto nos parecemos, los tres, mis viejos y yo. Y cuánto se parecen también con mis hermanos o mi hija con nosotros y así indefinidamente. En todos los casos somos diferentes pero recontra iguales. Al punto que una amiga me vio en mi hija pero no por la cara, sino por los gestos, la forma de hablar.
Y pienso, entonces, ¿cuánto deja el nido uno realmente? Ya que si a todo esto sumo las historias familiares que venimos cargando (vean la serie: mi otra yo), no somos mucho más que un eslabón más en una cadena larguísima.
Incluso cuando pienso en cambios o cuando veo conocidos que quisieron cambiar algo de su familia, no terminaron más que haciendo lo mismo que habían hecho sus padres: cambiar. Aunque el cambio fuera diferente, el cambiar no lo fue.
Apunto, con esto, que somos seres únicos. Pero no por eso diferentes completamente al resto. Somos únicos, pero no por eso no estamos atados por leyes que quizás no entendemos, al resto del clan.
Somos engranajes únicos, pero aquí está lo importante, somos engranajes únicos pero que entran en un lugar exacto de la creación para cumplir la función para la que fuimos diseñados. Y si no entendés de qué hablo, buscá la foto de un reloj antiguo, donde se vea sus engranajes trabajando.
Fue importante dejar el nido para encontrar nuestro paso y darnos cuenta que somos únicos pero que tenemos un lugar preciso donde desarrollar nuestra virtud, nuestro don.
Los abrazo.
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