El sacrilegio.

Esta es una foto que guardo hace meses. Me encantó porque lo que para una persona puede llegar a ser algo absolutamente normal, para mí puede ser sacrílego. Aunque el mouse ese, sea pedorro, chino y barato, la sola idea de que me acerques ese guante me produce escozor. Y todo esto sin pensar en que luego volverá a seguir preparando el relleno de las empanadas, pero bue, eso es otra historia.

Resalto esto porque es imposible que logremos entendernos si creemos que el otro es exactamente como nosotros. Es decir, si yo supusiera que esta persona es igual a mi y que piensa igual que yo, lo que está haciendo entonces es de una maldad absoluta cuyo objetivo es molestarme o hacerme enojar.

Pero no, porque como somos personas diferentes, tenemos intereses diferentes y los procesos mentales los hacemos de forma diferente o, al menos, utilizando puntos de anclaje diferente. Volviendo a la foto, para el tipo posiblemente fuera más importante la cocina y su relleno de empanadas que lo que se pudiera ensuciar el mouse. ya que, si se ensucia, se limpia como con un cuchillo y ya.

Y estas situaciones, aún sin sumar la ansiedad en algunos casos o el estar en otra sintonía en ese momento logra que, muchas veces, si no aclaramos un poco de qué estamos hablando, terminemos en desentendimientos, peleas o discusiones innecesarias.

Esto es un grupo de amigos viene enseñándome hace rato y siento que, lentamente, voy logrando comprenderlo. Aunque en medio del fragor de la vía diaria todas estas teorías desaparecen y uno se enfrasca en discusiones absurdas.

Como siempre creo que la mejor arma contra esto es parar y darse cuenta que uno no está interactuando con el otro por odio o para matarse sino todo lo contrario, que hay amor o, al menos, respeto por el otro. Por ende, si esto es así, lo que pasa es que no están pudiendo encontrar un lenguaje en común entre ambos, o no es el momento propicio para interactuar.

Recordemos siempre que primero está el amor, el respeto por el otro.

En este caso, el cocinero salió para terminar de cobrarnos y cumplir con el pedido, tarea que muy posiblemente no le correspondiera hacer a él. Así que me comí el terror de ver el mouse engrasado, saqué la foto para que algún día me diera excusa para escribir, le agradecí y me fui.

Así que me saco los guantes aceitosos y los abrazo.


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