Muchas veces me encuentro pensando en el momento en que vivimos. Y también se charla mucho al respecto en reuniones a las que asisto regularmente. Y entre las múltiples miradas que encuentro en esas reuniones, con amigos de otra época de mi vida, con los de ésta y en las redes sociales, siento que la mayor de las veces giramos en círculo cuan rueda de hámster.

Recuerdo haber leído hace mucho tiempo un cuento del mulá Nasrudin en el que el mulá buscaba algo en la calle, bajo un farol. En eso, pasó un vecino y le preguntó al mulá qué estaba buscando, para ayudarlo. A lo que éste le dijo que había perdido la llave de su casa. ¿Y por donde la perdió exactamente?, preguntó el otro. “Dentro de mi casa”, respondió el mulá. Pero, entonces, contestó el vecino, por qué la está buscando acá afuera?, a lo que el mulá respondió: Porque acá hay más luz.

Siempre recuerdo este relato porque suele ser lo que hacemos constantemente cuando queremos resolver problemas o estamos perdidos. Vamos a los lugares conocidos, buscamos donde sabemos que nos sentimos cómodos, buscamos respuestas en lo fácil, lo obvio, lo simple. Pero todo eso, generalmente, nos da las mismas respuestas de siempre que, parecen satisfactorias, pero siguen sin ser efectivas. Como aquella última vez que pasó.

Y cuando escucho hablar de los problemas mundiales, de los problemas locales, de los problemas económicos, políticos, ambientales… siento que siempre es más de lo mismo. Hay problemas, hay paliativos, nuevos problemas, nuevas “soluciones” y siguen apareciendo problemas y así eternamente.

Creo que intentar resolver con el raciocinio problemas emocionales es mear fuera del tarro, esconderse de lo que duele, pero todo bien justificado. Estamos acostumbrados a eso. Ante un problema hay una solución. Y así vamos, por el mundo. Solucionando problemas que no entendemos muy bien de dónde salen. Lo mismo en las relaciones. Constantemente malentendidos, diferentes puntos de vista, egos heridos, amenazados. Se habla, se arregla, se rompe, se habla, se arregla y se vuelve a romper.

Ayer se hablaba de la diversidad en el planeta. Cuántas personas diferentes somos, cada uno con su individualidad pero, a la vez, con su integración con el resto de la sociedad.

Y pensaba que era lindo, todos tan diferentes e iguales a la vez. Pero, ¿qué es lo que une todo eso? ¿Qué pegamento podríamos usar para que toda la gente y todos los seres de todo el planeta pudieran armonizar? Y ahí es donde, como siempre, llego al amor. Pero no ese amor de pareja, uno más profundo, más universal. Uno que no ve caras ni historias, sino el que ve que cada uno pelea como puede, sobrevive como sabe. Un amor que no juzga, que no analiza.

Para ser un poco más claro. Podemos votar a la izquierda o a la derecha, todo va a seguir igual mientras no podamos ver que en ambos casi toda la gente que quiere lo mismo. ¿Alguno no quiere ver crecer a su país, que su gente esté mejor, sean los que sean? No creo. Sin embargo, nos centramos en las diferencias y no en lo que nos une.

¿Qué nos une? El amor.

Pero como durante años nos machacaron que el amor es de telenovela, es de comedia romántica, es de sensible al pedo, que solo está permitido a las mujeres (y ya casi ni eso), escondimos el amor, inflamos el pecho y nos convertimos todos en Superman o la mujer maravilla. Confundimos amor con sexo, amor con Eros, amor con relación. Sólo encuentro un poco en las familias, en algunas. Y en los animales.

Y pienso, por cuánto más estaremos ocultándonos de nosotros mismos?

Sólo se me ocurre una forma de arrancar en este camino. Cuando alguien te exaspere bajá un cambio, ponete en su lugar y jugá a ser él o ella, con todos sus miedos, problemas y sueños, con sus quilombos familiares y sus logros. Por un ratito, no se lo cuentes, simplemente, intentá ponerte en su lugar. Y cuando vayas por la calle o en el subte, imagina la vida de las otras personas, como verías el mundo si fueras la persona de enfrente o aquel. ¿Sería diferente? ¿Puede que esté sintiendo lo mismo que vos? El ponerte en el lugar del otro, de forma sincera, es la mejor forma que encontré de sentir desde otro lugar y, de esa manera, empatizar con quienes no conozco y, fundamentalmente, no odiar a los que se esfuerzan para que los odiemos.

Son personas. Igual que vos. Y lo único, pero lo único que nos puede unir es el amor, ese amor más alto, más grande.

Por eso, los invito a dejar un poco el raciocinio y ver qué se siente, quién se esconde bajo tanto pensamiento, tanta duda, tanto miedo.

Quizás es lo que estabas buscando hace tiempo, pero en el lugar equivocado.

Con amor.

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