Hace días ya, que vengo pensando en publicar una entrada de navidad. Pero dudaba si no sería mejor que fuera de año nuevo y así fue pasando la nochebuena…

Por eso, me quedé dando vueltas qué era mejor: hablar o no hacerlo. Y al toque me vino la imagen del obelisco con su cartel circular de “el silencio es salud” o las múltiples censuras actuales de YouTube. También, desde ya, apareció esa vocecita interna que asegura que YO no tengo nada importante que decir, no soy entendido, periodista, médico, filósofo, científico ni nada importante. Pero, habiendo sido rebelde, la vocecita quedó en el baúl.

Otra Navidad. Para mi es la número 56. Y no tengo idea qué pensaba las primeras, pero sí recuerdo momentos en que la navidad era un momento especial del año, lleno de luces de colores, de expectativas, que sucedía ya de vacaciones pronto a irnos a algún lado o ya estando en la costa disfrutando.
Más adelante disfruté el caminar entre luces y vidrieras ambientadas, repletas de “espíritu navideño” y donde sólo se veían caras alegres.
Y hubo una más, que fue la de disfrutar de mi hija mirando las pocas luces navideñas de El Bolsón las pocas veces que íbamos de noche o cuando armábamos juntos el arbolito como mis viejos lo hicieron conmigo y mis hermanos.

Pero todo eso fue perdiendo sentido estos últimos años. Mi hija ya está grande y con toda esta historia del bicho contagioso se perdieron las grandes reuniones. Ya no voy a Bolsón de noche casi y en Lago Puelo suele cortarse la luz así que no se ven las lucecitas si es que hay alguna.
La historia de Belén fue divertida un tiempo pero ya no me alcanza, así que este año me quedé con la idea de paz y amor. Desde la navidad y hasta reyes nos deseamos paz y amor, el resto del año nos cagamos matando. Porque sos gorila o peroncho, porque querés una mina a cielo abierto o porque la detestás, porque sos aborigen o te creés mapuche o me cortás la ruta y no se cuántos millones de porqués más. No, esa paz y amor no me interesa tampoco. Claramente están diciendo que los que se queden en el pensamiento binario ahí estarán y no vale la pena seguir intentando moverlos de ahí.

Entonces quiero concentrarme en la paz y amor dentro de vos mismo y para vos mismo también. ¿Te estás respetando? ¿Te estás amando? Al menos, ¿te estás escuchando?

¿Nunca te pasó por la cabeza la idea de que esa vida que estás viviendo muy posiblemente no sea tuya? ¿Que compraste la idea de que la vida es sacrificio y hay que laburar como loco todo el día en algo que no te convence para llevar el pan a la mesa? ¿Que tenés que facturar como loco para poder bancar una vida carísima en una ciudad de locos? ¿Nunca se te ocurrió que cuando llegue el deseado momento de la jubilación estarás arruinado físicamente o, si tenés las suerte de no estarlo, estar tan acostumbrado a estar a mil todo el día que, cuando te quedes quieto, te derrumbarás psíquicamente y entrarás en depresión absoluta o algo así? ¿Cuánta gente conocés que no le pasa esto?
¿Cuánta gente de setenta se mudó a vivir tranquilo fuera de la ciudad? ¿Cuánta gente que se llenó de guita en la mediana edad conocés que explota de felicidad?

Siempre me quedé pensando en la idea de que cualquier trabajo que hagas, aunque no te guste al principio, puede que dentro de mucho tiempo te guste (desde ya si no tenés condiciones laborales horribles). Y esta vez pude ver que es como con la comida o el resto de las cosas: te acostumbrás. Y lo habitual es más relajado que lo diferente. De a poco le buscás la onda a tener que comerte 8 horas en una oficina (más 3 de viaje) porque a cambio te comprás un kilo de asado especial para el finde. Y te vas olvidando que quizás podrías ahorrarte el kilo de carne y también de esa semana laboral molesta haciendo lo que viniste a hacer al mundo.

¿Y qué es eso? Vos lo sabés, no yo. ¿Qué amás? ¿Meterte un traje e ir a laburar al banco todos los días por 8 horas? ¿Enterrarte en papeles del juzgado para intentar sacar todos los casos atrasados? Si, alguien tiene que hacer todo eso, nos dicen, pero puede que no tengas que ser vos.

¿Pero sino cómo pago todas las huevadas que compro? ¿Cómo me voy de vacaciones a lugares paradisíacos cada año? Y puede que ahí está la respuesta, en el gasto, no en la ganancia. O, quizás un poco más adentro, en el miedo. El miedo a no tener. No tener para gastar, no tener para viajar. De para comer ni hablemos porque creo que a unos cuantos nos vendría bien aflojarle un poco al diente.

El miedo es la forma de retenernos. El miedo es lo que usan los medios de comunicación. El miedo es lo que usamos nosotros mismos. El miedo es lo que usan nuestros “amigos o familiares” para que hagamos lo que a ellos les parece que deberíamos hacer porque es lo que “ellos” hacen.
Es miedo reprimir en la calle a los que no están de acuerdo con un proyecto, es miedo el que hace que te traslades cuarenta minutos dentro de un coche, solo, y con el barbijo puesto, es miedo que tomes leche porque sino te faltará el calcio, es miedo que votes a este para que no suba el otro, es miedo lo que hace que te subas a un subte lleno de gente cada mañana de verano, con un barbijo puesto (como si ya no bastara la falta de aire del subte en sí) para ir a trabajar para ganar la plata para…, es miedo el que te dejes maltratar cada día y así, vivimos con miedo.

Pero esos miedos no son nuestros. Y si no me creés, te pido que juegues a apagar la radio, la tele y no leer diarios o revistas por un mes. Te pido que apagues a las radio parlantes que tenés alrededor tuyo y cada día vienen a quejarse de lo mal que está el mundo y llenarte de mierda el cerebro. Apagá las amenazas, apagá los “debos”, apagá las compras al pedo y la comida sin hambre. Y fijate que pasa.

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Cada vez estoy más convencido que éste es el significado de mis dibujos de casitas. Pequeños parásitos pegados a un cuerpo principal para sostenerse y sustentarse. Es como los múltiples miedos que tenemos anquilosados o el millón de pensamientos que rondan siempre dentro nuestro. Y esta vez, quise dibujarte lo mismo pero con forma de árbol de navidad, un lindo arbolito que debería denotar ternura y felicidad pero que no deja de ser más de lo mismo: pensamientos, miedos y paradigmas subidos sobre nuestras almas y que ya casi no notamos que están ahí.

Y creo que es hora de empezar a cambiar eso.

¿Alguna vez soñaste con una vida? O, más bien, ¿qué soñaste hacer y lograr en tu vida? ¿Conseguiste todo lo soñado? Volvé a traer ese sueño, esa idea. Cerrá los ojos y revivila, sentila con toda tu alma, olela, escuchala dentro tuyo. Volvé a enamorarte de tus sueños donde, a la vez, estás en paz y amor con vos mismo. Y, antes de abrir los ojos de nuevo, pensá: ¿cuál sería el primer paso a dar para acercarme a eso que sueño?

Y dalo. O empezá a trabajar para dar ese paso. Depende sólo de vos, y solo será tuya la culpa de no darlo. Ahí no hay excusa real que valga, no es el gobierno, la guita, el calor, el momento, el trabajo, el bicho maléfico, la nueva variante o el pasaporte vergonzoso ese. Tampoco tus hijos, tus perros o tu madre que está viejita. Sólo vos tenés la decisión y es solo tu responsabilidad hacer que eso funcione, que tu sueño se realice. Sea cual sea.

No necesitarás llegar a cumplirlo para estar en absoluta paz y amor con vos mismo. Y eso, ya es mucho. Y cuando lo logres lo será mucho más.

Eso es mi deseo para vos en esta navidad. Que logres tu sueño, que camines hacia él, que des el primer paso o, al menos, que creas que tu vida depende enteramente de vos mismo.

Te deseo paz y amor. De corazón.


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