Un año realmente raro, al menos mucho más raro de los que viví hasta ahora. Año de pandemia para algunos, año de mentiras para otros, año de mierda para casi todos, año de balances para los que puedan, año de replanteos para el que se le haya ocurrido, año para olvidar para demasiados.
En mi caso, fue un año extraño. Creo que es la palabra que mejor le cuaja. No puedo decir que fue deprimente aunque estuve gran parte del mismo arratrándome por los pisos, ni tampoco que fue próspero ya que me quedé sin laburo y sin el más mínimo ingreso más de la mitad de los días del mismo. Quizás sí podría decir que fue un año esclarecedor, ya que como siempre, cuando las papas pelan se ve realmente cuánto puede pelear uno, cuánto hay para apoyarse y cuán sólido está todo esto. Y lo que sentí fue que nuestra vida está basada en huevadas y mi piso es barro puro.
Tuve muchísimos amigos y conocidos desgarrándose las vestiduras por no poder viajar, salir, tomar café, comer afuera. Otros no sabiendo en qué gastar el dinero que se le iba a acumulando por no poder viajar, salir, tomar café, comer afuera o salir a comprar huevadas se iban poniendo como locos y pasaron a ser Mercadolibreholics. Otros distintos, en cambio, tuvieron que inventar algo para aguantar el momento, para poder pasarlo, para juntar un mango. Y algunos se fueron en medio de todo este quilombo.
Admito que estuve agradeciendo todo el año, agradecer lo que me tocó, lo que pudimos armar, lo que cada día intentamos mantener. Tuve momentos grandes de bajón, como cuando te explota una muela en plena paranoia cuarentenística o te pega un vértigo que te hace dar dos vueltas en el aire y te deja con más cagazo que en película de zombies. Pero salvando esos casos puntuales, tuve muchos pero muchos momentos en que anduve bastante depre, de esos en que necesitás un amigo para hablar y no solo del bajón en sí, sino escucharlo, escuchar otra voz, otra campana, otra energía. Agradezco infinitamente haber podido compartir el encierro con mi familia cercana y tener siempre en el teléfono al resto de la familia. Pero hay momentos en que uno necesita un amigo, simplemente eso.
Y tuve que hurgar y hurgar para conseguir uno solo. Uno solo. Es loco. Es raro. Y a la vez es horrible. Porque la gente no quiere que la tires más abajo de lo que están, estoy de acuerdo. Porque los compañeros son compañeros en las buenas, y en las malas mejor no te las cuento así que tampoco me las cuentes. Porque somos machos, hombres, viriles y no envejecemos y no da hablar de bajones, mariconerías o garrones. Y ahí los ves, sumándose enfermedades una tras otra y ante un ¿cómo estás?, te devuelven un ¡perfecto! No quieren bajonearte. Lo entiendo. Les pido que lo hagan, que hablen, que descarguen, que cuenten, que nos comportemos como humanos. Y dicen que sí, que es verdad, que claro. Pero no. Por ende yo tampoco puedo hacerlo con ellos.
Y no es que pase nada en particular, es que para actores tengo las películas y las series. Es que simplemente uno quiere entender si lo que siente o le pasa es locura de uno o le pasa a todo el mundo. Y cuando investigás un poco te das cuenta que sos igual a todos y solo saber eso te relaja un poco, pero primero tenés que lograr enterarte!.
Extraño muchísimo aquellos momentos de juventud con caminatas eternas volviendo del laburo, charlando de seres humanos, de sentimientos, de intrigas de la vida. Extraño muchísimo aquellas personas que éramos en otros tiempo y como fuimos cerrándonos con los años y, en mi caso, cómo la mudanza al sur me terminó de separar de aquellas pocas almas con la que teníamos sintonía.
Y las redes sociales en todo esto son como una mesa de dulces para un diabético. En mi caso para descargarme tengo lapicera, libreta y la compu donde escribir, escribir y escribir, no siento que las redes sea el lugar donde contarte constantemente como estoy. Y este año terminaron de cansarme ya que tampoco las sentí confiables para esto.
No descarto que gran parte del problema, como siempre, sea yo. Puede que no sepa hablar. Puede que no sepa buscar. Puede que no sepa rogar. Puede que no sepa pensar. Puede que no sepa agradecer, quizás, aunque lo intento muchísimo. También puede ser que no sepa relajarme. O puede ser, que simplemente, no sepa envejecer.