El mundo ya no es confiable.
El mundo ya no es lo esperable que era o lo que creía que era al menos.
El mundo se llenó de mentiras, de supuestos, de quizases. Se llenó de delirios, de verdades, de poneles, de pareceres.
De joven me basaba en las noticias para saber la verdad. Muy posiblemente lo que leía o escuchaba no fuera la verdad como creía pero, al menos, era una tergiversación de una verdad, de algo que había pasado. Lo que había sucedido sí había sido real, como lo contaban era lo que tenía un matiz, un color, ya fuera por inclinación política, religiosa o social del medio o del periodista en sí.
Pero hoy ya no encuentro medio como tal.
Algo terriblemente interesante como fue el surgimiento de la internet, sin dueños ni jefes, dejó paso a una explosión de opiniones tal que sin darme cuenta, hizo que me encontrara con que la típica conversación de verdulería de chusma de barrio se convirtió en “la” forma de comunicarse entre la gente, de enterarse de las novedades o noticias, de estar al día. Verdades de feria callejera, de panadería o de Facebook, Instagram, Twitter, que se yo.
Hace unos días hablaba con una amiga que me decía sin dudar que el Coronavirus no es más que otra gripe. Y pensaba seriamente lo que me decía porque no estoy del todo convencido de que no sea así en realidad. Ya que me parece tan probable y lógica como la opinión de los científicos que he visto por todos lados, afirmando sin dudar que es verdad y es terrible una mitad y que es mentira y un engaño la otra mitad. Mientras, me cuido e intento proteger lo mejor que puedo a mis seres queridos con los que convivo a diario. Porque no tengo idea si es verdad o no.
Hoy me levanté pensando cómo podría hacer para saber cuánto de cierto hay en todo este asunto de la pandemia, de la cuarentena, del delirio que nos está tocando vivir a todos.
Y me di cuenta que no tengo más verdad que lo que siento. Lo que me diga mi interior será lo más certero a lo que pueda llegar, por más que investigue y de vuelta piedras y piedras en este largo camino de la información.
E igual que con la pandemia, me pasa con la “realidad” de la que todo el mundo habla.
Ya no hay certezas sino opiniones con las que puedo concordar o no, que pueden resonar mejor dentro mío o no.
Y por un momento me sentí perdido.
Pero no, era todo lo contrario. Ya no hace falta escuchar horas de noticias, leer diarios, ver noticieros o leer opiniones, denuncias o lo que se divulga por todos lados. Hoy solo necesito sentir como resuena esa noticia en mi interior y creer en eso. Difícilmente mis conclusiones sean mucho más erróneas, falsas, infundadas e interesadas como lo que llega en esta nueva era de la información.
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