El otoño profundo me sumerge en los hongos. En la fotografía de hongos principalmente y en el repensar mi trabajo con ellos.
Y cada vez que pasa esto, es decir, cada otoño, vuelvo al momento en que siento que debo parar y repensar cómo sigue la cosa.
Hay dos factores fundamentales: la identificación de hongos es un verdadero chino, saliendo de los básicos y evidentes, el resto es imposible y me la tengo que pasar pidiendo ayuda a micólogos que ya deben estar hartos de mi. Y no me gusta molestar tanto. Me hace sentir incómodo o como que no es mi lugar.
El otro factor, es que en los hongos siento que el arte explota por todos lados, ya que no es solo lo que yo pueda hacer ante él, con mi cámara, sino que el arte de la naturaleza explota en variables, colores y formas como no lo he visto en otras criaturas.
Y eso, sentir esa emoción al ver la fotografía que acabo de tomar, es lo que me lleva a pensar que sigo meando fuera del tarro o que, sino, estoy jugando con los bordes del tarro salpicando para todos lados.
Y me cansé de eso.
Y cuento esto, porque me doy cuenta que también me cansé (aunque \”cansar\” no es la palabra), más bien podría decir que me di cuenta que ya no quiero ciertas cosas, ciertas energías. Me doy cuenta que mi \”don de civilidad\” que muchas veces intento mantener \”porque corresponde\” lo perdí cuando escribí lo del tarro, entonces, ¿por qué intentar seguir haciéndolo?
Pasaron muchas cosas este año, fundamentalmente, porque no pasó absolutamente nada. Eso es lo que mueve el motor. Y noto que mañana, al cumplirse un nuevo año y luego de 365 días escribiendo, fotografiando, dibujando y pintando, estando atento a la gente que tengo alrededor, cocinando, arreglando, planeando, queriendo dar una mano, meditando, intentando dar un mensaje, intentando vivir ese mensaje, cuidándome y aprendiendo a sanarme, la cosa está casi igual que hace un año. Y que hace dos o tres o mil.
Y esta es la parte que no sé cómo seguir escribiendo esto, porque todo lo que pongo queda patético. Y no es el punto. El patetismo no es mi arte o, al menos, intenta no serlo.
A lo que voy, será lo que tenga que ser como tenga que ser.
Gente, sé que si publico o no se arreglan perfectamente. Sé que me comporte, esté, apoye o no, en el momento de necesitar una mano sincera la cosa se complica.
Sé que es un mundo raro que sigue resultándome complicado comprender y más aún vivirlo con coherencia, pero agradezco cada día, y eso es literal, todos los dones y mimos que me dio el universo. A mi. Y a ustedes. Y a cada uno de los que estamos vivos hoy.
Así como podemos encontrar inmensas comunidades de hongos, también los hay aislados o en grupos chicos, de dos o tres.
Así como hay algunos frágiles y delicados, hay otros gruesos y bien plantados.
Así como hay algunos con sombreros (como el de la foto), hay otros con formas diferentes, columnares, en respisa, gelatinosos, como globos, como cuencos. Todos son hongos, pero son diferentes. Incluso entre los de sombrero los hay con laminillas de diferentes colores o con poros o… Y también conviven.
Sigo sintiendo que los hongos intentan enseñarme muchas cosas en la vida ya que en ellos encuentro más paralelismos que en los otros reinos y por eso traigo esto aquí.
Veía esta Russula, hoy, pensando en resonar con alguna foto, y me sentí ahí, como ella, maumenos en ese estado. Y quería contárselos.
Les agradezco estar ahí y los abrazo.
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