Once once. Para algunos una revolución, para otros, pareciera que finalmente las aguas se calman y, lentamente la niebla se disipa dejando ver lo que hay detrás.

Y agradezco.
Una y mil veces la revolución vivida.
Porque renueva mi mirada.

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Recuerdo cuando tomé esta foto hace muchos años.
Y no era así. Ni un poquito.
Y mi alma tampoco se acercaba a esto.
Fueron tres tomas casi iguales.
Y las tres las voy retocando lentamente, y cada ciertos años veo que van cambiando.
La misma toma va tomando diferentes sentidos, acomodándose al yo que soy hoy.
Porque fuera como fuera en aquel momento, no dejo de leer lo que mis ojos decían con mi cerebro y este procesa lo que el ser ve. Y tiempo después, los cambios del ser son los que van generando cambios en el retoque.

Digo esto, porque esas imágenes que tenés dentro, de tu pasado, de tus ancestros, de tus traumas, memorias, recuerdos, alegrías o lo que fuera, no tiene por qué ser una imagen fija, clavada, perfecta ni auténtica. Sobre todo esto último, no puedes ni podrías, aunque quisieras, visualizar la imagen auténtica. Porque tu ser es otro.

Y si buscaras la foto, aquella foto de treinta o cuarenta años atrás, verás que ni el papel pudo mantenerse igual, se fue degradando, perdiendo color, poniéndose amarillo…

Hoy comprendo que el mayor regalo que me dieron como fotógrafo, fue el poder modificar mi sentir de un momento cada vez que vuelvo a ver la imagen, pudiendo retocarla para que se ajuste a mi nuevo ahora.
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Los abrazo


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