Me encantan esas situaciones en que uno no tiene la más mínima idea de cómo se le ocurrió al pájaro pararse sobre un cardón. Y no solo eso, sino que no se haya pinchado.
Me intriga tanto como al ver esa gente a la que nada lo inmuta mientras uno está dando vueltas cuál cáscara de nuez en océano embravecido; o lo opuesto, cuando ves al otro como loco y vos no terminás de entender qué bicho raro le puede haber picado.
Me impresiona la individualidad de cada ser y como el universo le baraja las cartas, le arma castillitos o le cava pozos. Y todo con, en alguna manera, la misma realidad o al menos eso es lo que pareciera por momentos.
Porque luego de tantos años sigo dudando de cuánto de lo que vivo es mío y cuánto no. En algunos casos siento que tengo que fluir como el río, aceptar las cosas que me vienen, agradecerles y dejarlas seguir su camino. Pero en otras siento que soy responsable de mi vida, que mis decisiones la forjan, la guían, la mueven. Que yo decido y creo el mundo que vivo cada día. Es algo así como oscilar entre el CEO y el hippie constantemente, digamos.
En un caso busco el control absoluto de la situación que, como todos sabemos, es imposible. En el otro me relajo al universo lo que, en alguna medida, me permite no hacerme cargo de nada pero, a la vez, deja que descanse mi parte culposa, dirigente, que no sé cómo llamarla…
Y, queriendo cerrar la idea, me quedo pensando cuán en el medio estaremos realmente de las dos posibilidades, cuánto deberíamos crear y cuánto aceptar.
Mi pareja sigue durmiendo todavía, mi hija me acaba de avisar que vuelve a la cama y yo, destrozado de sueño desde que me levanté, pienso que ambas lo manejan mucho mejor que yo, ya que haría lo mismo encantado según mi parte new age. Pero mi CEO dice que mejor vaya a caminar y tomar aire que me va a hacer bien.
Y pienso por qué me habrá tocado ser geminiano.
Los abrazo. Me voy a caminar o a dormir, que todavía no lo sé.
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