Cuando llega el mensaje.

Juraría que escribí esta anécdota en algún momento del año pasado, pero no la puedo encontrar, así que daré por supuesto de que no lo hice. Si no fue así, pido disculpas.

Año noventa y nueve, calculo. Había sacado mi primer auto de la concesionaria hacía pocos meses, un Volkswagen Gol blanco, impecable, con vidrios polarizados. Me encantaba. No solo por ser mi primer auto propio sino porque andaba muy bien para ser uno de los autos más baratos y porque me encantaba de afuera también.

Un viernes de primavera volvía a casa luego de un día de trabajo y decidí parar para comprar comida en el supermercado ya que al día siguiente vendía mi hermana a cenar en casa. Estacioné frente a la puerta, hice mi compra y, al salir, me doy cuenta que no veo mi auto. ¡Qué raro!, pensé, ¡hubiera jurado que lo había dejado ahí enfrente! Volví a hacer el recorrido con la vista, esta vez en dirección opuesta, desde la esquina de la derecha hacia la de la izquierda y no, tampoco, donde debería estar mi auto había una inmensa rama de un árbol. ¿Lo habrán movido para cortar la rama?

– Pobre el dueño del auto, me dijo una persona a mi lado.

Recién ahí comprendí que la rama estaba y el auto también, solo que superpuestos, ocupando el mismo lugar diría en un primer momento, si no fuera porque la física no permite compartir lugares.

– Si, pobre tipo, le respondí. Y me dispuse a cruzar la calle para ver mejor.

Lo que había pasado era muy simple. En la vereda había un árbol, seco, viejo, y debajo del árbol estaba mi auto nuevo, flamante, impoluto. Y ese día, a esa hora, a pesar de que estaba diáfano, sin viento y con unos veinte grados, la rama más grande del árbol seco, que estaba justo sobre el techo de mi vehículo, se le ocurrió caerse y, obviamente, lo hizo en medio de mi auto. Y no estoy hablando de una ramita, estoy hablando de motosierra para intentar sacarla.
Un árbol que tendría, no sé, ¿cincuenta años? ¿Cien? ¿Que habría muerto hará dos o tres? ¿Y se cae dentro de los quince minutos que estuvo mi auto estacionado ahí? Eso, es lo que yo solía llamar mala suerte.

Entré al bar de la esquina, les pedí el teléfono y llamé a mi esposa para contarle y pedirle que llame al seguro a ver qué había que hacer. Que me trajera la cámara de fotos también. Los del bar, aprovecharon para llamar a la gente de espacios verdes de la ciudad para que vinieran a quitar la rama. Sólo me quedaba esperar, así que volví a la vereda. No podía creerlo.

A los veinte minutos llegó mi esposa que me dijo que el seguro no cubría estas cosas, me trajo la cámara con la que saqué algunas fotografías por si me servían para reclamar algo y entramos a tomar unas cervezas hasta que llegaran los de espacios verdes. No tardaron mucho y, rápidamente, cortaron las ramas secundarias con la motosierra y las fueron retirando, luego la principal. Acomodaron todo en un camión y se fueron.

El techo había quedado para abajo, hecho una pileta, en el centro del auto. Un costado del techo muy marcado también, pero salvando eso, el resto estaba impecable. No se había roto ningún vidrio ni deformado ninguna de las dos puertas ni el baúl. Me subí temiendo lo peor, pero arrancó y anduvo bien hasta casa, que no quedaba tan lejos. Un extraño ulular del techo ondeado me recordaba que mi golcito ya no era el que había sido y que para llegar a eso tendría que invertir una buena porción de mi sueldo.

Metí el auto en el garaje y tras una última mirada subí a cenar. Y durante la cena, me puse a hacer un inventario de todo lo que había pasado con el Gol desde que lo tenía hará unos cuatros meses. Primer mes nada importante, sólo las ventanas eléctricas se resistieron a subir un día de lluvia justo. Lo metí en una concesionaria y me lo arreglaron al momento. Segundo mes, un idiota le pegó un patadón en un costado y lo hundió. Iba a arreglar el bollo ese el tercer mes, luego de cobrar, pero antes de lograrlo entraron en la cochera de mi edificio y le rompieron el vidrio para robarme el estéreo. El cuarto mes, no me dieron los números para arreglarlo, así que el quinto, cuando lo iba a hacer, me lo abrieron en la calle, a pesar de estar bajo un farol y me robaron el estéreo nuevo y la rueda de auxilio. Ahora estaba en su sexto mes, y se le había destrozado el techo.

Lo peor era que, salvando estas cosas, el auto seguía encantándome, pero pensé en venderlo ya que realmente estaría engualichau o algo así, no se me ocurría otra cosa. Mi esposa me dijo que me relajara, que le parecía un poco extremo, pero me pudría no poder disfrutarlo sin penar cada mes por alguna huevada que le pasara.

En un momento pensé, ¿qué pasaría si lo dejara así? Y, ya no sería un auto fachero, además que podría aumentar un poco en el consumo de nafta, mucho en el ruido del aire y que llevaría una pileta en el techo cada día de lluvia. Pero, pará, ¿dije “fachero”? Nunca quise tener un auto para eso, yo lo quería solamente para poder salir de la ciudad los fines de semana y no gastar tanto en taxis, pero ¿fachero?, ¿qué estaba depositando en el auto?, ¿qué valor le estaba dando?

Se me ocurrió entonces cambiar el plan. Al día siguiente le sacaría los vidrios polarizados y las tazas que tapan las horribles llantas baratas, para que quedara hecho un auto común, un gol blanco hecho y derecho. Luego, cuando me dieran los números, me encargaría de los arreglos, pero mientras lo usaría así. El auto era un medio de transporte, no un símbolo de estatus o al menos esa había sido mi intención al momento de comprarlo.Terminamos el café. Mi esposa se dispuso a terminar con la cocina y yo bajé a ocuparme de alimentar y encerrar a los gatos. No quería volver a ver el auto, pero debía pasar por el garaje para llegar a donde iba. Solo entrar en el garaje se prendió la luz con el sensor.

Pero al mirarlo desde ahí, casi no se notaba el bollo. Imaginé que sería por la iluminación, ya que la lámpara estaba a poco centímetros sobre el piletón que había quedado. Pero al acercarme, pude ver que el techo estaba perfecto, inflado, acomodado, impecable. Sólo quedaba la marca en el costado del mismo y un puntazo en el medio, donde calculo que habría algo saliendo del tronco y que lo hundió más fuerte. Pero salvando eso que no se veía si no te lo mostraba, no había nada más. Era increíble. Llamé a mi pareja que vino a verlo y se empezó a morir de risa. ¿Qué había pasado?

El mensaje había llegado. Y cuando el mensaje fue entregado ya no se necesita el mensajero. Dedujimos eso, así que los planes siguieron siendo los mismos y, al día siguiente, sacamos los polarizados y las tazas. Rápidamente se convirtió en un medio de transporte sin más connotaciones.

Esta historia ocurrió en el noventa y nueve. Hoy, enero de 2021, el golcito sigue con nosotros. Nunca más le pasó nada grave ni raro, por suerte.

II

Saben que los sábados y domingo me gusta leer durante mi desayuno, que suelo estirar luego en la hamaca paraguaya mientras tomo mi mate. Hoy leía a Bill Gates, de su política con respecto a la pandemia, en lo que son sus aportes a la investigación, la ayuda de su fundación en África y otros países del tercer mundo y también de su preocupación por el cambio climático. Salvando las dudas de si el tipo es bueno o es un trucho total y que realmente hoy no puedo resolver, me centré en lo que decía y él sigue afirmando que tenemos que trabajar mucho más unidos, como mundo, como política de estado, como personas.

Los países ricos la van a pasar mejor que los pobres, es lógico. Y las personas con mejor poder adquisitivo también van a pasarlo mejor que los de clase baja. Tendrán mejor acceso a vacunas o a médicos y esto aplica tanto a los países europeos contra los africanos, como a muchos compatriotas que pudieron conservar su trabajo y su sueldo contra otros que lo perdieron y que cada día la pasan un poquito peor.

Y mezclo Covid19 con calentamiento global porque siento que son lo mismo. De a poquito tenemos que ir modificando nuestra forma de vida para adaptarnos más a lo que se viene, para reducir las emisiones en lo que podamos, así como nos cuidamos del contagio para cuidar a nuestros mayores, también tenemos que cuidar a todos los mayores, aunque no sean nuestros parientes directos.

Soy de la idea de que si hay algo que esta pandemia nos trae, junto al cambio climático, desde ya, es la idea de que el tiempo de ser una burbuja, de preocuparnos solo por lo que nos pasa a nosotros se terminó y que tenemos que ver la cosa un poco más allá. Y lo digo desde un lugar que, los que me conocen, saben que es algo que me cuesta muchísimo y que no sé hacer, no lo digo desde el “sigan mi ejemplo”.

Y creo que hay tres estadíos en todo esto, puedo ocuparme de mis intereses y caprichos y que, los que no estén de acuerdo que se mueran o están equivocados o lo que sea que se te ocurra, puedo intentar entender qué es lo que le pasa a otras personas con todo esto que estamos viviendo hoy en día y ver si puedo hacer algo para ayudarlos y mejorarles la situación o, al menos, el punto intermedio, no ayudarlos porque no sé cómo o lo que fuera, pero tampoco seguir jodiéndolos y hundiéndolos más.

Algo está claro y es que este 2021 va a ser igual o peor que el 2020. Que la normalidad difícilmente vuelva y más aún si seguimos haciendo lo mismo que hicimos para llegar a esto. Y si, sos tan parte del problema como todos.

Creo, que la única forma de que el mensajero desaparezca es que nos llegue el mensaje.


Comentarios

  1. Eduardo Laurencena Avatar
    Eduardo Laurencena

    Como siempre, muy bien escrito… pero más allá de la “forma”, coincido con el fondo. No van a cambiar los resultados si no mejoramos las premisas. Y ya lo insinuó Bauman cuando estuvo en España: la relación de los individuos ya no es con una nación o una región sino de todos con el Planeta.
    Abrazo.

  2. Alberto Avatar

    Me acordaba de la rama y la patada, pero no de todo lo demás!
    Grande el Golcito!!! Por ahí te lo compro para mi museo!
    Dale un abrazo de parte mía. Y seguí cuidándolo.

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