Resumen semanal.

Después de estar toda la mañana poniéndome al día con lo que se escribió en la semana, puedo reafirmar que mi tendencia se cae de la fotografía hacia otro lado, más humano, más real, más necesario. Para mi, desde ya.

Por un lado, me parece que es un buen momento para darle vacaciones a la fotografía, a la fotografía abierta al mundo, me refiero. En sí fotografiar es mi trabajo y lo hago cada día y sigue encantándome como siempre, pero llegué a un momento en que para seguir creciendo y aprendiendo a fotografiar, debo dejarla de lado, al menos en mis lecturas y en mis investigaciones y adentrarme en otros mundos.

Me ha pasado con los últimos libros, excelentes libros del tema, que me costaba recorrerlos, a pesar que están en castellano y que eran en papel! (cosa rara últimamente). Ayer, por ejemplo, terminé “El Alma de la cámara”, de DuChemin. Y a pesar que está muy bien y que tiene muchas perlas, noté que había perdido mi alma en algún lugar del camino, así que iba a sera difícil ponerla en la foto.

Qué se necesitar para hacer fotografías más interesantes? Le preguntaron hace tiempo a uno de los grosos de la fotografía (no quiero mandar fruta con el nombre que realmente no recuerdo), a lo que respondió: ser una persona más interesante. Me di cuenta que estaba dejando de ser interesante hasta para mi, ya. Que uno, al entrar en la vorágine de querer llegar, facturar, ser conocido, ser reconocido, sentir que todo esto se dirige hacia algún lado, se va perdiendo, dejando, va sintiéndose abrumado por el día a día, y ni hablar si escuchás los noticieros. Ahí es depresión total.

Cada mañana de domingo, en las que no tengo caminata ni botánico, me encanta tirarme en la hamaca paraguaya a leer en “feedly”, un lector de blogs, podría resumirse, lo que gente variada ha escrito en sus blogs. Y ya hace semanas que los blogs de fotografía (la gran mayoría de los que sigo) van quedando de lado dejando pasar a los que tienen visiones de la vida diferentes, a lo que te ayudan a encontrarte un poquito más en esta vorágine de tecnología vacua, de relaciones virtuales, de esperanzas ilusorias, de sueños inventados. Empecé ayer con Austin Kleon (del que me estoy volviendo adicto), explicándome por qué debo leer con un lapiz en la mano, y hoy seguí  así con Cal Newport, que está chocho con el quilombo que se armó con las redes sociales y que finalmente se están dando cuenta que lo único que hacen es anestesiarle el cerebro a la gente que tenía cerebro y haciéndonos mierda la juventud que teóricamente iba a agarrar la posta detrás nuestro, Ryan Holiday machaca una y otra vez con el valor de los estoicos y las perlitas que ha conseguido. Con las recomendaciones para que tu vida tenga un poco más de asidero, para que no sientas que siempre estás veinte mails detrás, que los proyectos no se cumplen, que no tenés idea cómo carajo quedaste viendo a Tinelli. Descubrí esta semana a una chica que recomienda libros, estuve ojeando comentarios y algunos están buenísimos. En kindle. Cinco o seis dólares el libro. Que ni con el dólar en las nubes es caro. Si no estuviera completamente fundido hasta yo los compraría.

Pero me colgué tanto con el tema de los estoicos y el libro de Marco Aurelio que no llegué a leer los posts de Eric Baker y otros.

Puede que semejante corrida fuera de la fotografía también esté influida por un gran logro que he tenido esta semana. Finalmente me contactó uno de esos clientes que, de joven, soñaba tener: Parques Nacionales. Y sí señores, logré que Parques Nacionales me mangueara fotos. Gratis desde ya. Sin poner mi web siquiera. Los mismos Parques Nacionales que te cobran ciento veintincinco mangos por entrar a ver una playa (léase, PN Lago Puelo), por persona, desde ya. Nada. De guita ni hablamos. Me quedé tan asombrado con que ni siquiera quisieran poner la web (como para tirar una ondita, viste?) que ni llegué a hablar de guita.

Creo que me estoy volviendo coleccionista de mangueos mezquinos. Desde ya que no me refiero a ciertos casos de divulgación con los que me encanta cooperar (y que sé que no tienen un mango) o con los estudiantes que están haciendo sus tesis, por ejemplo. Pero los otros… Ya había cosechado mangueos de tres entes provinciales, de no sé cuántas secretarías de turismo, así como de muchísimas asociaciones de gente que gana como mínimo unas quince veces lo que yo gano y que me juran que no tienen fondos, muchas editoriales grandes del país y, por qué no, unas cuantas empresas de gente que puede considerarse cómodamente de clase alta. Hasta logré que Adobe me llamara para formar parte de su banco de imágenes hace años, cuando este empezó, pagándome la friolera de 0,13 dólares la foto (parece que el gobierno nacional se enteró de esto y me está levantando el dólar para que los 0,13 sirvan para algo). Igual, ahora me propuse llegar a la National Geographic Society, tengo que lograr que me mangueen y no piensen en la más remota posibilidad de garparme ni un poquito. Con ellos es más difícil, lo sé, pero si la profesión sigue como viene perfilando, no creo que tardemos en lograrlo.

Al punto que esta semana pude clasificar mis trabajos y me di cuenta que pueden ser de tres tipos:

  1. Trabajo que deja ganancia. Puede llevarme mucho tiempo o no, pero contribuye a la olla diaria. Aunque lo nuestro cada vez sea más ensaladera o licuadora y menos olla.
  2. Trabajo que no me provoca grandes pérdidas. Son los casos en que no puedo cobrar pero que liquido en menos de dos minutos. “Necesito esta foto, tomá”.
  3. Trabajos que me provocan pérdidas. Son aquellos mangueos que no solo no me generan ingresos sino que me comen tiempo, mucho tiempo, cosa que impide que pueda concentrarme en generar productos, hacer magia o vestirme de hombre cartel para ver si saco unos mangos.

Parece obvio, pero admito que esta diferencia entre el caso B y el caso C la descubrí hace muy poquitos días. Nunca había entendido cómo catzos quedaba enterrado en unos quilombos que me llevaban semanas resolver, absolutamente gratuitos. Ahora estoy intentando estar atento a esto, aunque lo único que logré hasta ahora, es conseguir “The Power of No”, de James y Claudia Azula Altucher.

Intentaré leerlo y luego les cuento cómo me fue.

Abrazo. Y si necesitan una fotito para su empresa, no duden en pedírmela. Tengo que practicar.


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