Doscientos pesitos.

Anoche, cuando había salido del café en el que estaba e iba caminando a buscar a mi hija para volver a casa, me pareció ver un billete de cien pesos en el piso. Estaba a pocos metros de la zona de catarsis de El Bolsón, donde las pseudo organizaciones sociales suelen descargar sus penas, organizan sus movilizaciones, anuncian su descontento ante todo y cambian el mundo, así que no dudé que pudiera ser una de dos opciones: que estuviera pegado al piso y quisieran hacerle una joda al primer nabo capitalista que pasara o que no fuera un billete en serio sino una publicidad.

\"LeoFRidano-F47823\"Lo pateé para verificar que estuviera suelto y sí, así que lo levanté. Era un billte de cien nomás. Y diez pasos más allá había otro. También lo agarré. Giré la cabeza pero no iba nadie caminando para el otro lado. Cuando volví a mirar al frente, vi una persona que pegó un gran salto a la derecha y se hizo con un tercer billete. Lo miré, me miró. Se sintió descubierto. Nos íbamos acercando y él con cara de “putas, alguien me vio y seguro me lo pide”. Y lo encaré. Le conté que yo ya encontré dos, que ese era el tercero y que lo único que se me ocurría era que podía ser de aquel tipo que se alejaba, caminando en mi misma dirección unos setenta metros adelante. Se lo señalé y me devolvió una mirada de ni en pedo lo voy a seguir. “Desde ya”, pensé. Le avisé que intentaría alcanzarlo a ver si eran de aquel. Qué él haga lo que le pintara. Y seguí camino.

\"LeoFRidano-F47829\"Y mientras avanzaba, tras el otro que se alejaba, iba pensando mil cosas. Había algo en esos billetes que no me cerraba. Eran dos billetes de cien. Nuevos, perfectos, pero no eran mios. Ni un poquito. Eran papeles. No tenían valor. Al menos mientras no agotara las pocas posibilidades de encontrar a su dueño. Y aceleré el paso. Y joder, no tenía ganas de caminar rápido cargado con la mochila, justamente era un paseo para disfrutar.
Por suerte no caminaba tan rápido y fui acortando distancias. Ya a treinta metros lo empecé a llamar, una y otra vez. Hasta que finalmente se dio vuelta. Me esperó y lo encaré. Le pregunté si podría haber perdido dinero y, de ser así, si me decía cuánto se lo daría. Dudó un segundo, se metió la mano en el bolsillo, sacó la tarjeta del banco, un dni y un papel de extracción y me dijo sí, que trescientos pesos, que mierda. Le di los dos billetes que yo tenía y le expliqué que el tercero iba para el otro lado, que veía difícil que llegara a alcanzarlo pero si quería intentarlo que lo hiciera. Y él, mientras, me explicaba que acababa de salir del cajero de retirar los trescientos. Y yo le decía que si quería recuperar los cien que faltaba era mejor que empezara caminar o correr. Y me fui. Y él, me agradecía mientras se iba rápido por donde había venido.

Y ahí terminó la historia de los billetes en sí, pero dentro mío quedó esa sensación que tuve durante el tiempo en que perseguía al dueño de la guita. Ese sentimiento de que no eran billetes o que al menos no me servirían a mi, como si hubiera encontrado rupias. Nunca me había pasado tan profundamente. En estos casos, siempre he tenido una pequeñísima peleíta interna. Ese pensamiento típico de me hago el boludo y sigo caminando. Por ejemplo, hace unos años me encontré una cámara de fotos nueva en mi barrio. Epoca de turismo. Nadie cerca. Me la llevé. La limpié. Compré un cargador. Y un día después, habiendo revisado redes sociales viendo si alguien había publicado algo y sin encontrar nada la consideré mía y fui a formatear la tarjeta. Pero vi que había fotos. Y se me ocurrió mirarlas con más detalle para ver si podía reconocer algo. Y sí, una foto había sido tomada en unas cabañas de la zona. Y ya no podía quedármela sin preguntar. La dueña de las cabañas no sabía de nadie que hubiera perdido una cámara pero quería que se la deje. Y eso es lo que me rompe de estas situaciones, que uno siempre se tiene que defender del zorete de turno que quiere sacar la ventajita. Y no, no se la dejé, le pedí que llamara a quién creyera que podría ser el dueño y que me avisara si le faltaba una cámara y podía describirla. Entonces fui a la hostería de al lado. Y si, era del padre de la persona de la hostería. Y me contó qué fotos tenía y a dónde habían ido durante las vacaciones. Todos lugares que había reconocido en las fotografías. Y se la devolví.
Por un lado, siempre pienso que, como en el caso de los doscientos pesos, me podría haber pasado a mi. Y me gustaría que en un caso así intentaran devolverme lo que perdiera. Y es por este chip que tengo, que imagino viene de la educación que me dieron mis viejos, por lo que no puedo aceptar de ninguna manera, no hacer lo que según mis creencias y convicciones pueda hacerle al menos un poquito de bien al mundo. Sea lo que esto signifique.

\"LeoFRidano-F47826\"

Ya tarde, viendo un programa de televisión, los periodistas dan las cifras entra las que están los sueldos de la clase media y media baja. Y fue loco escuchar que en casa estamos por debajo de eso. Y eso, no me quita ni un poquitito esa sensación de haber podido devolver esos doscientos mangos que no eran míos.

PD: buscaba una foto para poner en esta entrada. Hay algunas del último recorrido que me encantan, pero luego de ponerla, preferí cambiarla por estas de la Cueva de las Manos tomadas hace muchos años.
Al verlas en el catálogo, no sé, sentí que había mucha inocencia en estas imágenes, sentí que había manos levantadas para colaborar, para saludar, para dejarnos un recuerdo de un pasado honrado, con esperanza.
Hoy, ante tantos hechos raros y tristes de nuestro país y el mundo, siento que cada vez cuesta más encontrar las manos para pintar una pared sólo con esperanza, sólo con energía positiva, sólo sumando. Sin condenar.

 


Comentarios

  1. Graciela E.Rodriguez Avatar
    Graciela E.Rodriguez

    Comparto tu alegría al encontrar al dueño de algo que perdió.Recibimos en la medida que damos!!

  2. Me gustó. Todo.

  3. Eduardo Laurencena Avatar
    Eduardo Laurencena

    Recién leo esto, tardíamente… pero la honestidad no hay tiempo.

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