El mundo cambia. El momento cambia. Mi fotografía también debe cambiar.
El viernes pasado fui a fotografiar cóndores al mismo lugar que iba hace años atrás. Pero esperando, durante tres horas y media comprendí que ya había terminado esa etapa de mi vida. Así que decidí recorrer la colina por última vez. Y por qué no ir hasta la cumbre. Estaba cansado pero merecía una visita más. Cuando llegué y me senté a descansar, en la parte más alta, fue cuando un un cóndor juvenil empezó a volar alrededor de mi, a unos siete metros, yendo y volviendo, por unos diez minutos más o menos, pero siempre acercándose mucho más que lo acostumbrado.
Probé unas pocas fotografías pero sabía que no era eso. Así que bajé la cámara, la miré un rato y le agradecí. Mucho. Tuve que esperar un buen rato más para que bajara un poco la emoción.
Fue en el largo descenso que entendí que no tenía que despedirme del lugar, sino de lo vivido ahí, de los recuerdos, de las costumbres. Este es un nuevo momento donde debo entablar otro tipo de relación.
Ya no me hacen falta fotografías de cóndores. En cambio sí necesito esas rocas, el sol, el viento y la naturaleza a pleno, sin conexión, sin distracciones inútiles, sin cuentos ni miedos, sin preocupaciones, sin meditaciones ni audios ni música. Sólo el lugar y lo que la vida me regale.
Y te invito a lo mismo. ¿Qué es lo que seguis haciendo como antes a pesar que ya no es ese momento? ¿Qué es lo que te gustaría vivir diferente porque ya no te llena?
¿Qué es lo que la vida te está diciendo, señal tras señal, que hagas diferente pero te está costando entender?
Esto creo que es lo que nos toca hoy.
Te diría que me lo contó un pajarito, pero en realidad fue una soberano cóndor.
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