Sábado pasado, nevada en el valle. Rápidamente se deja ver la verdadera y auténtica belleza del invierno entre las montañas, todo brilla en su máximo esplendor, se tiñe de blanco, los ruidos desaparecen, la claridad atrapa. El mundo se convierte en una silenciosa y agradable paz. Agradecemos la llegada de la nieve.
Sábado pasado, nevada en el valle. Cinco horas más tarde que el párrafo anterior. Arboles caídos que hay que cortar y mover para poder volver a casa, corte de luz que pinta para largo, tener que entrar leña para prender la antigua estufa que usábamos cuando no había gas, poner baldes debajo de los chorros más importantes del techo para juntar agua para usar con los inodoros, platos sucios apilándose en la cocina arriba de las asaderas y ollas que ya estaban sucias de la noche anterior en que se había cocinado como para tener para dos semanas, treinta y nueve coma dos verifican una gripe de aquellas que busca el peor momento para pegarme con todo. Trasladar toda la comida que se había preparado de antemano y que estaba en el freezer a lo de algún vecino que tenga grupo electrógeno, que el grupo electrógeno quiera prender, buscar a la perra viejita que desapareció y que no aparece, intentar dormir abrigado por la gripe en una casa que bajó ocho grados de golpe, no poder darme una ducha caliente, no poder preguntar en la usina que pasará y para cuánto calculan porque el servicio de celular dejó de funcionar (la antena tampoco tiene energía eléctrica). La energía eléctrica volvió a los tres días. Volvemos a agradecer la llegada de la nieve pidiéndole que no repita más este año, si no le molesta.
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