Ayer estábamos reunidos en el Jardín Botánico Cascada Escondida cuando una de las participantes vio el humo y el fuego cerca nuestro. El incendio estaba como loco, ido, pasado de rosca. Y como siempre en estas situaciones, prender los aspersores se siente como intentar apagar una hoguera con un meo (sin tener ganas de hacer pis).

Ya he visto demasiados incendios forestales desde que vivo acá, muchos más de los que me hubiera gustado ver. Y cuando vivo uno de ellos, me viene una sensación de inevitabilidad profunda. Y horas más tarde una tristeza increíble, insoportable casi.

Y, por favor, no quiero discusiones raras abajo, no es la idea. No puedo imaginar lo que es perder una casa o una vida en el incendio, no quiero imaginarlo tampoco y abrazo sincera y profundamente a aquellos que vivieron estas horribles experiencias en el pasado o que ahora están pendientes al avance del fuego. Yo sólo hablaré de bosques, de árboles y de sensaciones.

Y lo que veo y siento, luego de tantos años, es que el odio, en este caso no ayuda. No ayuda nada. Salvo para descargar, descargar esa bronca que sienten algunos o descargar esa tristeza que se siente al vivir esto. El odio genera odio. La bronca genera más bronca y luego odio. Y se empiezan a ver personas con bidones corriendo, personas para putear, para insultar, para odiar. No puedo pedir y menos a los que están pasándola mal, que amen en vez de odiar, sé que es casi imposible hacerlo. Pero, los que tenemos la suerte de estar lejos, intentemos mandar luz, (mandar agua, más bien), mandar amor a la zona.

Y mientras, volvamos a pensar cuán responsables somos de todo esto. No seremos los principales pero somos muy responsables de este clima, de la desertificación, de la falta de agua. Somos responsables de los fuegos, de las chispas, de la basura. Somos tan exóticos, para este lugar, como los pinos que tanto odian, somos tan voraces y tan exóticos y fuera de lugar como las truchas de estos ríos. Me parece importante que comprendamos, tanto los que vivimos acá con los incendios o los que viven en las ciudades de argentina que no tienen energía, que no somos parte de la solución todavía, sino que seguimos siendo parte del problema.

Nosotros somos el problema. Todos. No el loquito que prende fuego. Y somos el problema con nuestros actos diarios que destrozan, lentamente, el mundo.

Bajo un poco más. No pretendo que te crucifiques, que te castigues, que dejes de putear a otro o que me putees a mi, simplemente pido meterse un poquito adentro y pensar, y vos, ¿contribuiste a que esto no pase, contribuiste muy poquito a que pase o nunca te importó?

Simplemente sabé eso. Cuál es tu lugar en estos incendios. Cuál es tu lugar en esta situación del mundo. Y preguntate si seguís eligiendo el mismo camino. Y, en caso que ya no quieras que las cosas sigan iguales, pensá qué podés hacer para ir cambiando. Vos. No pido ideas para que ejecuten otros. Sino vos. Qué podés hacer para que este pedacito de mundo que no te gusta, empiece a mejorar.

Hay un millón de cosas para hacer. Y te invito a pensarlo.

Dicen que hoy llueve. Teóricamente muchísima lluvia viene. Ruego que así sea.

Los abrazo.


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