Soy de los que no les gusta el fútbol pero que ve los mundiales. Aunque cada vez menos. Pero esta vez no me perdí ni un partido de Argentina, hasta que ayer, esperando que se hagan las tres para ir a El Bolsón a verlo en el bar donde vi el resto, escuché el segundo gol mientras cocinaba. Si, soy así, qué le va a hacer.

Y la conexión con este mundial vino por otro lado. Siempre fui de la opinión del Pan y Circo, pero con el fútbol en general, el de todas las semanas. Los mundiales no son más que eso más grande. Pero esta vez me pudo la gente. Fui a ver a la gente, fui a sentir la energía dentro de un restaurante, donde estábamos amuchados cuan subte de las 8, donde me abracé con el que estuviera al lado, donde grité y aplaudí como si me interesara realmente.

Es divertido ver fútbol con la emoción y la polenta pero sin la expectativa. No se sufre tanto. Desde ya, tampoco se festeja tanto cuando se gana, es lo que hay que pagar a cambio.

Pero, como decía, ver a la gente feliz, festejando, fue hermoso. Me recordé festejando las otras veces que salimos campeones, y tenía la edad de muchos de los que veía ayer, en la plaza del pueblo, y estaba igual de sacado, de contento, de feliz.

Fui a sacar fotos de felicidad, de movimiento, de emoción. Fui a sacar fotos celestes y blancas, de ridiculeces, de cosas insólitas y de lo que pinte. Fui a saltar para no ser un inglés aunque hayamos jugado con Francia o con Holanda. Fui a mirar las caras, los llantos, la euforia. Fui a mirar lo que para muchos, muchos, muchos ayer, fue un sueño cumplido.

Y joder, no siempre podemos fotografiar gente cumpliendo sus sueños, no?

Si ya se ducharon luego de festejar, gritar y sufrir: los abrazo.


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