Esta es una fotografía que saqué hace mucho tiempo y que cada vez que la veo redescubro (en la jerga fotográfica sería algo así como que cada vez que me la cruzo me gusta más). La subo hoy porque tiene color, algo que necesitaba que tuviera mi publicación de hoy, y también porque tiene grupo, tiene “muchos”. Si, uno va adelante y otro va al final, separados, pero no por eso son menos parte de la bandada.
Todos son patos maiceros, el de adelante, la patota del medio y el de atrás también. Todos vuelan, todos parecen ser iguales, pero no, cada uno es un individuo diferente. Pero no es lo diferente lo que lo hace ir delante o detrás. También son diferentes los del manojo de patos del medio. Pero al verlos juntos parecen iguales, parecen ser lo mismo.
Siento que así somos nosotros. Todos nos parecemos pero en realidad somos diferentes. Y la diferencia es, justamente, en lo que nos parecemos, lo que compartimos. ¿Qué diferencias? Lo he escrito muchas veces, físicas, ideológicas, psicológicas, de lo que quieras. Si querés buscar una diferencia la encontrás seguro. Pero basándome en lo que siento, el tema no es que seamos diferentes ni que encontremos estas diferencias, sino qué hacemos con ellas.
Les conté que me traje algunas ideas del viaje a Mendoza. Se me había escapado una de ellas pero volvió hoy, producto de una charla que tuve ayer a la tarde con unos amigos.
Al llegar la otra semana a San Rafael me encontré con un grupo de amigos, nueve para ser exactos. Vivimos todos juntos en una casa por unos días. Y ya en el primer desayuno noté, energética, auditiva, visual y todos los “mente” que se te ocurran, que vivir con otros nueve varones iba a ser muy diferente que hacerlo solo con mi compañera o con ella y mi hija. Es más, suelo estar casi todo mi año viviendo o compartiendo solamente con mujeres, ya sea porque vivo con ellas, porque son familiares con las que nos juntamos o porque me toca así, que ya ni me lo cuestiono ni me peleo con ello. Así que de golpe y porrazo encontrarme viviendo con un grupo de varones fue todo un shock.
Y lo sentí. De alguna manera mi ser se protegió. ¿De qué? De lo diferente, del romper la rutina, del lugar desconocido. O de los ruidos ajenos y extraños, de compartir un solo baño, de tener que revelar mi extraña dieta, mis manías o lo que fuera. Y eso que son nueve amigos y que por suerte no había ningún desconocido del que tuviera que cuidarme.
Los días fueron transcurriendo. Y cada hora que pasaba iba apareciendo similitudes en las diferencias o puntos de unión entre tantos seres diferentes. No solo diferentes conmigo, sino diferentes entre ellos también. Conozco la historia de cada uno, al menos una parte o tengo un pantallazo y sé que hemos vivido cosas diferentes, muy distintas en nuestra vidas. Sin embargo, y sin proponermelo conscientemente, mi ser fue encontrando esos puntos de unión con cada uno y, a la vez, encontrando su lugar en el ambiente, como que fui tomando la forma necesaria para entrar en el agujero que quedaba primero y luego fui expandiéndome desde ahí para volver a tomar mi forma.
Todo esto lo noté cuando llegábamos a nuestro pueblo días más tarde. Noté que me sentía diferente. Aquellos primeros incómodos días parecían una película antigua, de ficción. ¿Cómo podía haberme sentido así entre esta gente? Pero sí, había sucedido sólo seis días atrás.
Porque cuando llegué a San Rafael no me sentía parte. Es más, posiblemente ninguno de ellos se sentía parte, pero de alguna manera nos fuimos juntando como los ladrillitos a los que jugábamos de chicos, probando formas de unirnos, desarmando y volviendo a probar hasta que la combinación daba un resultado mejor que el ladrillo solo o que las otras combinaciones posibles. Posiblemente al llegar último y solo, tuve que entrar en un grupo más conformado. No lo sé.
De entrada me asustaron o más bien me sentí amenazado por las diferencias. Al final, me di cuenta que todas esas diferencias enriquecieron en vez de “dañar”, que era lo que algo de mi supuso de entrada.
Lo distinto puede amenazar o enriquecer. Vos elegís (cuando podés, ya que a veces no llegamos a elegir que ya estamos a una cuadra de lo rápido que nos alejamos). Pero en lo cotidiano, ¿cómo te enfrentás con las diferencias? ¿Sos de los que intentan que su pareja se comporte exactamente como vos? ¿Sos de los que creen que si todos fueran como vos el mundo sería mejor? Pará. Pensá antes de responderme. Creo que la gran mayoría de nosotros somos así. ¡Me incluyo sin dudar! Y por eso escribo esto, sorprendido (y agradecido) de lo que hizo mi ser en este petit viaje.
Según la astrología somos una combinación de no se cuantos planetas y satélites la que nos define cómo seremos, según el Ayurveda, tenemos una combinación de tres doshas (tipologías) que define nuestro equilibrio y salud. Y si combinamos ambos, la posibilidad de que coincidamos entre dos personas que estamos vivas en este momento es casi imposible.
Creo que sería buenísimo que hagamos un poco más consciente esta idea de las diferencias, que sea un tema que esté un poco más presente en nuestro día a día. Siempre y cuando no atente contra tu ser primario, ¿podrías jugar a ver a los demás como diferentes? ¿A respetarlos aunque piensen diferente o sus comportamientos sean distintos a los tuyos? Nadie hará las cosas como vos o pensará igual que vos porque, justamente, no es vos. Pero que eso no te lleve a odiar, a detestar, a separar con desagrado.
Son dos pasos, primero comprender que somos diferentes, segundo amar a los otros. Si, aunque sean diferentes. Y luego decidir qué hacés.
O como dice María de Ezcurra, una bella persona que se dedica a la medicina ayurvédica, : “Podés amar a alguien, pero eso no te obliga a estar con esa persona”.
Y a esto apunto con este post. Cuando encontremos diferencias de las grandes, de las que duelen, jamás elijamos odiar, tener bronca o desamor. Suelen ser seres humanos que están peleándola como vos, por eso, creo que lo más sabio es lo que dice María. “Te amo y te respeto como humano, como diferente, pero elijo otro camino, otra vida”. Y seguir tu camino si no querés compartir con esa persona.
Eso siempre construirá más que la bronca, el odio y el desamor. No necesitamos odiar, simplemente debemos sincerar nuestra elección diaria, estar donde queremos estar, como queremos estar y con quien queremos estar.
Los abrazo.
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