Pensaba en los momentos que vivimos actualmente, siento que podrían describirse como una larga senda peligrosa. Eso me lleva, constantemente, a evaluar si realmente vale la pena el riesgo.
Pienso en el pasado. En lo vivido, en lo recorrido, en lo aprendido. En lo llorado, soñado, vivido. Pienso en todo lo que tuve y en todo lo que se fue o dejé ir. Cada persona, cosa, situación o detalle, hoy es parte de mi. No encuentro ni un pedacito de minuto de este más de medio siglo vivido que hoy no reconozca dentro de mi.
Sé que cada cual está viviendo lo que eligió o lo que le tocó vivir (según creencias), y que todo sigue algún tipo de plan. Y aunque amo y amé cada segundo de mi vida, hoy nos toca a todos crear el mundo nuevo. Un mundo donde todos tengamos oportunidad de realizarnos, de crecer, de evolucionar. Y, como siempre, no hablo solo de humanos.
La \”pandemia\” fue el fin de ese mundo. Y lo que nos llevó a entrar en esta larga senda, que muchas veces parece confusa, amenazadora y dolorosa. Para colmo, cuando miramos a lo lejos, no vemos mucho más que grandes y continuos desafíos.
Sin embargo, hay dos cosas que quería comentarles que creo que pueden ayudar a tener un transitar mucho más suave:
1. El camino es el verdadero destino. El auténtico objetivo es el transitar, no el llegar. El vivir, pisar, llorar, amar, sentir, volar, crear, creer… todo esto es el destino, no un punto futuro al que \”nos estamos dirigiendo\”. Sólo estamos yendo a un eterno presente, por eso es importante que lo mejoremos cada día y no caminar penando e imaginando un futuro. Si tu día a día no es lo que deseás, si no te hace feliz, es hora de cambiar, de modificar, de buscar el plan B, C o el que sea. El futuro no existe.
2. No olvidarse de parar, por momentos, para mirar a los costados. Generalmente, la vista será hermosa.
Gracias por estar.
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