Buscaba alguna fotografía para subir, que no fuera blanco y negro, ya que sigo pensando que necesitamos color para el momento que estamos viviendo. Y encontré ésta, una fotografía de hace muchos años, que constantemente vuelvo a cruzar cuando chusmeo el catálogo buscando algo.
Y ¿por qué la subo hoy? Porque esta imagen tiene algo fuerte en lo que me veo reflejado. Por un lado, porque la trabajo constantemente, hace años, y cada vez que me la cruzo le pego un toque, una revisada, un cambio y la dejo por otro tiempo más. Nunca me convence del todo pero me encanta desde el primer día.
Por otro lado, me puede ese arco iris mitad color mitad blanco. Es una de esas “deformidades” que lo hacen espectacular, imperfecto e intrigante.
Otra cosa que me encanta, es que ninguna parte funciona sin el resto. El arco iris no dice nada, la montaña tampoco, las nubes o la estepa solas no funcionan.
Pero es en el todo donde la imagen brilla y tiene sentido.
Y lo que más me gusta (y me acabo de dar de cuenta en este preciso momento) es que no tiene final, que no es perfecta, que tiene muchas cosas para mejorar, y otras tantas que debería haber tenido en cuenta al momento de tomarla. Y la idea de que pueda retocarla eternamente intentando que quede perfecta pero que, a la vez, sepa que jamás lo lograré, es lo que hace que me recuerde tanto al trabajo con mi vida. A mi. A vos. A todos nosotros.
Somos un todo, no partes, tan perfectamente imperfectos que asombra. Cada día necesitamos un poquito de trabajo para ver qué podemos mejorar, pero siempre aceptando lo que nos tocó ser. Y todo esto lo hacemos desde el amor. Por uno, por el vehículo que nos tocó ocupar, por quienes nos acompañan, por el entorno y por el planeta en que vivimos.
Gracias.
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