La roca.

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Siempre supuse que con la edad seríamos más sabios. Y que en caso que no lo fuéramos, al menos el tiempo nos traería la sabiduría. Qué se yo, por vivir. Por pasar años respirando, mirando, viviendo y aprendiendo.

Pero hoy creo que no. Que lo que ganamos en experiencia, en años yugándola, podemos perderlo ante los inventos increíbles o las novedades que aparecen paralelamente a nuestro transitar.
Así es como se convierte en un verdadero desafío, día a día, entender dónde estamos parados y qué estamos haciendo realmente.

Me despierto, paso por el baño, me preparo el desayuno y mientras termino mi té verde matutino busco la lista de items que reflejan mi vida desde un punto de vista diferente: y ahí veo que aunque mi fotografía de aproximación mejoró bastante (avance por los años que vengo trabajando en esto), las fotografías quedaron durmiendo en el disco duro entre mil otras porque se me fue el día entre whatsapp con videitos eternos (retroceso producto de nueva tecnología que me absorbe). Y al día siguiente terminaré un dibujo (expresarme) pero a la hora de subirlo me distraerá una noticia en Facebook, un par de comunicados del municipio, un texto de Guy Tal, un… swip, swip, swip con el dedito durante diez minutos, el tiempo suficiente para olvidarme de lo que había ido a hacer a la red social (olvidarme de expresarme o sentir que ya no vale la pena).

Mi hija me comparte lo que se entera por las redes: que abren la temporada de esquí en el cerro, que hay un caso en Puelo, que el Covid se cura tirándose un pedo de colores, que con la aquafaba podés hacer un lemon pie.

Es como leer todos los diarios al mismo tiempo y creerles a todos. O más bien como si pusiera el kiosco de diario entero en una licuadora y salieran las notas como quisieran. Salto de muertos por coronavirus a mayonesa vegana o a lo gorda que está la princesa.
Y ninguna de todas estas cosas será necesariamente verdad, salvo que mi tiempo, mi ánimo, mis ideas, mi entusiasmo se fueron opacando rápidamente. Amen de preguntarme, para qué demonios querría poner una fotografía que tomé, de algo que merece mi respeto, en medio de eso.

El coronavirus trajo mil cosas además de una posibilidad de contagio. Y la forma de enfrentarnos que nos quedó fue encerrarnos en nuestras cavernas, tapiar los agujeros y esperar (*). Y esperar mucho más tiempo que el que creíamos suponiendo que, mientras estuviéramos encerrados estaríamos a salvo.

Y puede que sea así. O quizás no.

Y eso es lo que quise representar en el dibujo que terminé esta semana.

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Debido al largo aislamiento por la pandemia de Covid19, mucha gente se fue a vivir a las cuevas de Ñorquinco.

* Por un momento imaginé que escribiría: “Y la forma de enfrentarnos que nos quedó fue encerrarnos en nuestras cavernas, tapiar los agujeros y pensar en qué le erramos, cómo podríamos arreglar esto, cómo podríamos planear nuestro futuro. Qué cambiaríamos. Qué nos faltaría lograr.” Pero no, no pude.

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Comentarios

  1. eduardolaurencena Avatar
    eduardolaurencena

    Tenés razón, la Pandemia hizo que uno que venía por la ruta a 120 tuviera que parar de golpe y aislarse en una cueva sin haberlo decidido.
    O en el campo “desensillar hasta que aclare” ante una imprevista cerrazón.
    Después, cuando estás solo, pensar es opcional. Pero también riesgoso. Siempre sentí que pensar es algo peligroso…. pero no puedo dejar de pensar, como decía Alterio en “La Tregua”.
    Espectacular como siempre.
    Abrazo.
    Eduardo.

  2. Alberto Avatar

    Cuando escucho en la radio los comentarios de los que se reinventaron, casi todos dicen que gracias a los hijos que los ayudaron con la tecnología.
    El futuro nos pasa por encima y cuesta agiornarse.
    Fuerza!

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